Horacio Mendizábal nació en Buenos Aires en 1847. Su madre y su padre eran afrodescendientes argentinos; se casó con una mujer afrodescendiente argentina, con quien tuvieron varios hijos antes de su trágica muerte en 1871, entre ellos el célebre músico afroargentino Rosendo Mendizábal. Llegó a publicar tres libros, Primeros versos (1865), Horas de meditación (1869) –acaso su obra más famosa, publicada originalmente en la ciudad de La Plata- e Himnos sagrados (1870).

Esta obra –dedicada al entonces presidente Domingo Sarmiento- despliega un abanico de poemas que tratan las sensaciones de los afrodescendientes frente al desdén y el rechazo, y de la espiritualidad religiosa verdadera como camino para terminar con los prejuicios. En medio, no faltan los títulos a diversos personajes del contexto internacional que sitúan al autor y definen así sus ideas también.

Esta reedición, a 150 años de su publicación original, pretende reinsertar las voces afroargentinas en el cánon literario así como proponer una reflexión sobre las auténticas raíces de la cultura argentina.

Mendizábal formó parte de la comisión popular de vecinos y vecinas de la ciudad que se hizo cargo de Buenos Aires en 1871 frente a la deserción de los funcionarios estatales durante la epidemia de fiebre amarilla. Cuenta Ángel Estrada que el poeta fue designado secretario de la Junta Popular que presidió el Dr. Roque Pérez y entre los que se encontraban Héctor Florencio Varela y el Dr. Juan Argerich. Vícitima del contagio, Mendizábal murió brindando su auxilio a los enfermos a los 24 años de edad

Sobre la obra de Mendizábal, dice Jorge Miguel Ford que “los ideales que brotaban en su imaginación no tenían otra escuela que las de sus penas y éstas gestaban sus canciones, sin alineo muchas veces, sin aroma si la exigencia lo quiere; pero siempre templadas bajo el ombú del dolor, del impresionismo fatal que produce al corazón el buitre al desgarrar su presa”. Agrega también que “no fue un ilusionista pero tampoco fue un escéptico; alimentaba la creencia de que su credo sublime, la unión humana, en no lejano día, apartando los escollos que la interceptaban, podría llegar a ser una realidad”.

Pintura de Mirta Toledo

 

 

 

     

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